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sábado, 28 de agosto de 2010

Marginación hacia los indigenas

El 12 de octubre de 1992 se cumplirán 500 años de la llegada de Cristóbal Colón a tierras que luego serían llamadas América.

Según cuenta la Historia, Cristóbal Colón llegó a este continente por equivocación: lo que él buscaba era un trayecto más corto para llegar a las Indias orientales. Esta equivocación valió para que a los habitantes de este inmenso continente se les llamara indios. Altos niveles culturales habían alcanzado pueblos como los mayas, los aztecas, los incas.

¿Qué pasó con los indios de América a raíz de la llegada de los españoles, de los portugueses, de los ingleses? ¿Vale la pena hacernos esta pregunta cuando nos acercamos al medio milenio de este acontecimiento?

Sin duda hay muchas respuestas. Tomo una: Los indios han sido marginados durante casi 500 años.

Sociólogos, políticos, agentes de desarrollo, pastoralistas hablan de la marginación. Los mismos indígenas han aprendido la palabra y se compadecen a sí mismos diciendo: Nosotros pobres vivimos marginados.

¿Que es la marginación?

Literalmente, margen es el espacio que intencionalmente, se deja en blanco junto a cada página escrita de un libro, o junto a cada página de un cuaderno destinada a ser escrita. Margen es el espacio seco de tierra que se encuentra a uno y otro lado de un río. Margen es el espacio angosto que queda, para uso peatonal, a uno y otro lado de una carretera o de un camino. De ahí viene la palabra marginar, verbo activo, o la forma compuesta ser marginado con significado pasivo.

En sentido figurado, marginar significa poner o dejar a un lado a una persona o a un pueblo, mientras otras personas u otros pueblos están en marcha, en movimiento.

Que los indígenas de América han sido marginados significaría que han sido dejados al margen, mientras el pueblo blanco mestizo, heredero de los conquistadores, se ha ido poniendo en marcha; mientras los pueblos de Europa, y sus descendientes instalados en América del Norte han recorrido vertiginosamente grandes distancias en el camino de la conquista y del dominio del mundo. Significaría, más concretamente, que los indígenas no reciben, de parte de las autoridades gubernamentales, atención alguna en sus necesidades, o una atención muy deficiente. Las necesidades fundamentales de los indígenas son: tierra, trabajo, educación, organización, conocimiento de Dios y de su enviado Jesucristo.

Como se ve claramente, se trata al parecer y en su mayoría, de necesidades elementales. Si los indígenas han estado y están todavía marginados de la atención a este tipo de necesidades, ¿qué decir en relación con los grandes avances modernos de la ciencia y la tecnología? ¿Que decir en relación con la posición de avanzada que esforzadamente ha conquistado la Iglesia Católica en el Nuevo Mundo?

Dominadores y dominados

Sin vacilación alguna se suele responder que los indígenas han sido abandonados al margen de la Historia y que sufren un tremendo retraso de siglos. En efecto, desde el punto de vista político, no son considerados en sí mismos, como pueblo, como pueblo con historia propia, como pueblo con identidad propia, como pueblo con aspiraciones propias, con objetivos propios, con capacidad de autodeterminación y autogobierno. Menos aún existe la posibilidad de que los indígenas sean considerados como un pueblo capaz de influir positivamente en la marcha de la nación hacia la conquista de lo que se llama desarrollo, hacia la conquista del progreso. Son considerados más bien como peso muerto. Y si últimamente, han aparecido algunos indígenas que dan muestras de estar dotados de inteligencia, de imaginación, de capacidades artísticas, de cualidades de liderazgo, se suele saludar el hecho como un hallazgo del que hay que aprovechar rápidamente para que los indios dejen de ser indios y se asimilen a los blancos-mestizos, lo que equivale decir a la civilización europea, a las corrientes ideológicas de derecha o de izquierda, de occidente.

Si hubo tiempos en los que se asesinó y masacró a los indígenas hasta hacer desaparecer pueblos enteros, y todavía se cometen estas barbaridades, ahora se busca más bien con estudiada e ingeniosa sutileza, acabar de destruir la identidad indígena, mediante la dádiva de cuantiosas sumas de dinero, mediante el halago de alabanzas y el ofrecimiento de cargos remunerados, mediante la realización de proyectos llamados de desarrollo que apuntan al mantenimiento de un modelo de sociedad en la que necesariamente tienen que existir dominadores y dominados, explotadores y explotados, opresores y oprimidos.

¿Una Iglesia indígena?

Desde el punto de vista religioso, o más concretamente, desde el punto de vista de la Iglesia Católica, salvo casos excepcionales, no han sido y no son todavía considerados aptos los indígenas para constituir una Iglesia indígena, con sacerdotes y religiosas, no sólo de su propia sangre, sino formados dentro de sus propios valores culturales; con una Teología y una Liturgia enriquecidas con el modo de pensar indígena acerca de Dios, del hombre y del mundo, y con su modo de celebrar sus propios acontecimientos.

La evangelización, salvo casos excepcionales, no ha logrado, en 500 años, penetrar en el alma de la cultura indígena; no ha logrado provocar el auténtico descubrimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, en una multitud de hombres y mujeres indígenas; no ha logrado favorecer, en numerosos pueblos indígenas, el nacimiento de la Fe, entendida como conversión, como vida y compromiso.

Esta deficiencia Evangelizadora es la causa profunda de que no haya nacido hasta ahora una Iglesia indígena y de que la Iglesia haya sido acusada hasta ahora de haber favorecido la injusta dominación de la cultura envolvente.

Los gobiernos de los países de América, el gobierno español y muchos gobiernos europeos se aprestan a celebrar suntuosamente el acontecimiento llamado descubrimiento de América. Por su parte, las Conferencias Episcopales de América Latina (CELAM) y el Vaticano, se aprestan también a celebrar el acontecimiento de la Primera Evangelización del Continente, colocándose en su propia plataforma, con gozo y optimismo que pueden estar mancillados de cierto triunfalismo, y mirando con simpatía la preparación a una celebración suntuosa de los altos gobernantes americanos y europeos. ¡Quién pudiera ayudar a recapacitar a unos y a otros!... ¡Quién pudiera conseguir una nítida postura de rectificación de la tremenda injusticia cometida, a lo largo de 500 años, por la sociedad civil del Viejo y del Nuevo Mundo, como también de la Iglesia, en contra de los indígenas!...

Ciego, mendicante, sentado, a la orilla del camino

Del Evangelio escrito por san Marcos sugiero la lectura del capítulo 10, versículos 46 y siguientes.

Las implicaciones son fáciles y claras: en el Evangelio aparece un hombre ciego, mendicante, sentado, a la orilla del camino (marginado).

A los 500 años del descubrimiento de América, encontramos en los indígenas un pueblo:

ciego, esto es, abandonado en la ignorancia;

mendicante, esto es, convertido en tal por la conciencia de su mala conciencia de países ricos que han creado agencias de ayuda económica y de asistencia técnica; por las tácticas de gobierno propios y sumisos de América Latina; por el servilismo consciente o inconsciente de ciertas religiones que se autodenominan cristianas, dedicadas a comprar conciencias con dinero; por la ceguera de una parte de las jerarquías de la misma Iglesia Católica que actúa con una visión demasiado superficial del problema indígena;

sentado, esto es, inmovilizado, atrasado, imposibilitado de tomar iniciativas propias y de aportar con ellas para la conquista de un auténtico desarrollo;

marginado del camino, esto es, del proceso, de la marcha esforzada y clarividente hacia la construcción de un hombre nuevo, de un mundo nuevo, de una sociedad nueva.

En el Evangelio se cuenta que Bartimeo:

supo que Jesús pasaba;

que entonces, se puso a gritar;

que algunos pretendieron hacerle callar;

que Jesús le salvó de la ceguera,

y que Bartimeo se puso a caminar con Jesús.

A los 500 años del descubrimiento de América, está sucediendo que el pueblo indígena:

– entra en conocimiento de que Jesús, el Liberador y Salvador, está pasando, seguido de sus discípulos y de la muchedumbre del pueblo creyente y oprimido de América Latina;

– con la noticia, el pueblo indígena ha recuperado su palabra y se ha puesto a gritar lleno de angustia y de esperanza;

– en medio de la muchedumbre del pueblo creyente y oprimido no faltan algunos a quienes interesa más que el ciego quede ciego o que ingenuamente piensan que cualquier grito es signo de mala educación y por lo mismo, inoportuno;

– Jesús, en cambio, se detiene y pide que se conduzca hacia El al pueblo indígena, porque ha venido y sigue viniendo para traer la Buena Nueva a los pobres, a anunciar la libertad a los cautivos, a dar la vista a los ciegos y a liberar a los oprimidos (Lc 4,18-19).

El pueblo indígena, con la fuerza de la Palabra de Dios, está recuperando la vista y con la vista recuperada, está caminando, con Jesús, hacia la implantación del Reino de Dios: Reino de Gracia, de Vida, de Amor, de Verdad, de Justicia.

¡Quién pudiera ayudar a recapacitar al gobierno español y a los gobiernos de Europa, a los gobiernos de América y a porciones importantes de las Iglesias cristianas, incluida naturalmente la Iglesia católica, cuando nos aproximamos a conmemorar los 500 años del primer desembarco de Colón en tierras de América y de la primera oportunidad de proclamar la Buena Nueva del Reino!

¡Quién pudiera lograr una valiente rectificación histórica de la tremenda injusticia perpetrada en contra de los primeros dueños del territorio americano!

¡Aquí estamos!

Hay una respuesta. Me atrevo a afirmar que es la única. Así como Bartimeo, lleno de fe en el poder de Jesús, desde la conciencia de su inhabilidad y su pobreza, fue capaz de detener una marcha, probablemente sentida como triunfal e incontenible por algunos o por muchos de los acompañantes de Jesús, el pueblo indígena en Ecuador, en Perú, en Colombia, en Bolivia, en Venezuela, en Chile, en Panamá, en Argentina, en Guatemala, en Paraguay, en Brasil, en México, en Norteamérica, inspirado y fortalecido por la Luz y la Fuerza del Evangelio, organizado y decidido, puede detener esta marcha triunfalista y lograr que se le devuelvan sus derechos a ser él mismo y a caminar, con Jesús y junto con los demás sectores del pueblo creyente y oprimido, hacia la liberación integral y hacia la construcción de una nueva sociedad, justa, humana, armoniosa, fraterna.

Y es precisamente esto lo que está sucediendo. Los indios de América, ya en algunas oportunidades, desde Quito, Ecuador, o desde Milán, Italia, han comenzado a gritar su rechazo al fácil y costoso regocijo de celebrar, no ciertamente los 500 años del encuentro de dos mundos, sino el despojo y destrucción de un pueblo con grandes valores. En Ecuador, se está proclamando los 500 años de resistencia india, para demostrar que, a pesar de los siglos de genocidio y etnocidio, los indios dicen: ¡Aquí estamos! No han podido matarnos ni las armas ni los engaños.









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